miércoles, 17 de junio de 2009

FANATISMO Y GRIPE PORCINA





¿Debemos distraer nuestra atención y preocuparnos por el contagio del virus AH1N1 o más bien concentrarnos en evadir el veneno del fanatismo?

Podemos hacer ambas cosas. Evidentemente debemos estar alertas ante la posibilidad de contagio de un virus con las dimensiones demográficas como las de la gripe porcina. Sobre todo ahora cuando ya se han confirmado varios casos en nuestro país. Sin embargo, hay un riesgo de contagio con mayor vigencia que la de este virus.

Venezuela atraviesa desde los últimos diez años por un proceso de cambio radical. Un proceso de revolución en el que se nos ha impuesto, más allá de las decisiones forjadas por medio del voto popular, un proyecto ideológico ajeno a la realidad de los avances políticos y sociales del siglo XXI. Inevitablemente hemos sido y seguimos siendo víctimas del fanatismo.

Con la llegada de este nuevo ideal del socialismo del siglo XXI los venezolanos han cristalizado un reclamo de una necesidad de cambio que se venía arrastrando desde hace más de 20 años. De alguna manera esas clases de bajos recursos relegadas por las constantes malas gestiones de los gobiernos de turno abandonaron la exclusión socio-política para exigir un protagonismo que se les había arrebatado.

De este modo se fue conformando desde mediados de los años noventa una masa popular que demandaba la restitución de esos derechos de los que había sido despojada. Pero no era una masa desordenada o desorganizada. Tenían un líder. Un “individuo seductor” al que se le comenzó a idealizar como líder político y a cuya personalidad se le hace culto y adoración.[1]

Así empezó el asunto. Así abordamos el tren de la “revolución bonita” y nos encaminamos hacia un presente plagado de fanatismo. Comenzó como una reivindicación popular y terminó como una destrucción de la idiosincrasia del venezolano. Ese individuo amable, respetuoso, hospitalario, simpático y solidario se ha extinguido poco a poco.

La diatriba política ha logrado afectar la complejidad de la vida social del venezolano. Ha envenenado la mente de los ciudadanos para crear una situación de tensión, conflicto, paranoia, agresividad y resentimiento entre los ciudadanos. Y es en este momento cuando debo decir que difiero de las ideas del intelectual Amos Oz al decir que el fanático es un amante, un “gran altruista” o “una criatura de lo más generosa”.[2] El fanático desea cambiar al otro valiéndose de cualquier medio. Desea que el otro asuma los bienes que según él pueden mejorarlo. Pero Oz no hace la consideración de que la valoración moral de esos bienes, que según el fanático son bienes, realmente puede ser parcial o completamente errónea.

El fanatismo es egoísta y egocéntrico. Reconoce un bien moral en sí mismo superior al del otro y por eso desea el cambio ajeno. Pero esa voluntad de cambiar al otro muchas veces genera violencia y resentimiento. Basta con manejar un carro o montarse en el metro en Caracas en las horas de mayor afluencia para darse cuenta del ambiente hostil al que hemos sido confinados los venezolanos.

“Nadie escucha jamás”.[3] Efectivamente hemos perdido la virtud de escuchar. Nos importa muy poco lo que el otro tenga que decir, no sólo porque nos agobia el hecho de tener que detenernos a escuchar las ideas ajenas en medio de este ritmo de vida tan frenético, sino que además ya hemos sido afectados por el fanatismo. Sabemos que al discutir con el otro tendremos que argumentar, y sabemos que ineludiblemente habrá diferencias entre los argumentos de ambas partes y eso nos fastidia. Solo queremos escuchar nuestras ideas y opiniones, nos mortifica escuchar las del otro porque, según lo que conozco, creo que mis pensamientos tienen mayor validez y gozan de un mayor grado de bondad. Nos convertimos ahora en individuos intolerantes.

Quizás si asumiéramos el fanatismo bien entendido en contra de los problemas reales que nos aquejan como por ejemplo el virus AH1N1 y no en contra de nosotros mismos y de nuestras ideas, podríamos reparar los daños ocasionados y además protegernos del contagio de esta enfermedad.

Y no se trata de ser relativistas y aceptar sin mayor reflexión todas las ideas surgidas y por surgir. Se trata de discutir, pensar y analizar sobre dichas ideas. Ser conscientes de lo que decimos y de lo que el otro dice. Entender y admitir que en ocasiones se está en lo correcto y en otras se está equivocado. Construir en plural el proyecto de vida que anhelamos. Buscar el bien del otro para hacernos buenos a nosotros mismos.



[1] Oz, Amos. Contra el fanatismo. 2005:25

[2] Oz, Amos. Contra el fanatismo. 2005:28

[3] Oz, Amos. Contra el fanatismo. 2005:14


Por Diego Borjas